Hola a todos, y bienvenidos. Hoy quiero que exploremos juntos algo que me ha tenido reflexionando mucho últimamente. Me llegaron los materiales de un diplomado de alta especialización enfocado en algo crucial: el cáncer cervicouterino y el rol que mis colegas de obstetricia juegan en esta lucha.
Y es que no es una lucha cualquiera. La OMS nos ha puesto un desafío enorme sobre la mesa, una meta que, les soy sincero, suena ambiciosa. La llaman la estrategia 90-70-90.
Piénsenlo: 90% de niñas vacunadas contra el VPH, 70% de mujeres tamizadas con pruebas de alta precisión y 90% de las mujeres ya diagnosticadas, recibiendo tratamiento. Es un objetivo enorme. Y mientras leía todo esto, la pregunta que no dejaba de rondar en mi cabeza era: vale, tenemos el conocimiento, pero ¿cómo hacemos que esto se convierta en una realidad en el día a día, en la consulta? ¿Cuál es la aplicación práctica de todo esto?
Para entenderlo, tuve que volver a lo más básico que el diplomado explica tan bien. El cáncer de cérvix tiene una "historia natural". Y esto, afortunadamente, es nuestra gran ventaja. No es algo que aparece de la noche a la mañana. Desde que una mujer tiene una infección inicial por VPH de alto riesgo hasta que se desarrolla una lesión grave, pueden pasar años. A veces, ¡hasta una década! Esa latencia, ese tiempo, es nuestra ventana de oportunidad. Si no entendemos eso, no entendemos por qué el tamizaje funciona.
Ahora, el protagonista de esta historia es, sin duda, el virus del papiloma humano, el VPH. Y aquí me di cuenta de algo fundamental para la práctica diaria: no todos los VPH son iguales. Están los de bajo riesgo, y luego están los "malos de la película": los de alto riesgo, como los tipos 16 y 18, responsables de cerca del 70% de los cánceres.
Pero lo que me pareció fascinante es cómo actúan. El diplomado lo explica de una forma muy clara. El virus tiene unas proteínas, las famosas E6 y E7, que básicamente "secuestran" la maquinaria de nuestras propias células. Imagínenlo así: nuestras células tienen "guardianes" y "frenos" para evitar que crezcan sin control. Bueno, estas proteínas del virus eliminan a esos guardianes y quitan los frenos. Así, el virus puede replicarse a sus anchas.
Y aquí viene el concepto clave: la persistencia. Tener una infección por VPH no es una sentencia. De hecho, la gran mayoría son pasajeras, nuestro sistema inmune las elimina. El verdadero problema, la luz de alarma, es cuando esa infección de alto riesgo no se va, cuando persiste por años. Entender esto cambia totalmente la forma en que damos consejería. No se trata de generar pánico, sino de explicar por qué el seguimiento es tan importante.
Esto me lleva directo a las herramientas que tenemos. Primero, la prevención primaria: las vacunas. La evidencia es sólida, funcionan y son seguras, sobre todo antes del inicio de la vida sexual. Pero yo creo que nuestro rol va más allá de solo informar. Somos quienes construimos la confianza, derribamos los mitos y resolvemos las dudas. Sin esa labor, esa meta del 90% de cobertura es casi imposible.
Luego, para quienes ya están en riesgo, necesitamos detectar. Y aquí es donde las pruebas moleculares de VPH lo han cambiado todo. ¿Por qué son mejores que el Papanicolaou tradicional? Por su sensibilidad. Detectan al culpable, al virus, incluso antes de que haya cambios visibles en las células. Una prueba de VPH negativa te da una tranquilidad y una seguridad a largo plazo que el Pap no puede igualar, permitiéndonos espaciar los controles.
Pero, ¿y si no tenemos acceso a esas pruebas de alta tecnología? Aquí es donde entra una herramienta que a mí me parece increíblemente pragmática: la Inspección Visual con Ácido Acético, la IVA. Es simple: se aplica una solución de vinagre diluido en el cérvix. Las células anormales, que tienen más proteínas, se ponen blancas. Es una técnica barata, con resultados inmediatos. ¿Su desventaja? Es menos específica, puede dar más "falsas alarmas". Pero en entornos con pocos recursos, es una herramienta poderosa para avanzar hacia ese 70% de cobertura.
Entonces, ¿qué pasa cuando una de estas pruebas da positivo? Entra en juego la colposcopia. Y esto es fundamental: la colposcopia no es tamizaje, no es para todas. Es el segundo paso, un procedimiento de diagnóstico. Con un microscopio especial, buscamos esas lesiones, vemos sus características: si son tenues, probablemente de bajo grado; si son densas, opacas, con vasos sanguíneos extraños, apuntan a una lesión de alto grado. El objetivo final es uno: guiar la biopsia al lugar exacto, al más sospechoso.
Una vez que tenemos el resultado de la citología, la colposcopia y la biopsia, viene lo que yo llamo el control de calidad: la correlación. ¿Todo encaja? ¿La historia tiene sentido? Si algo no cuadra, hay que investigar por qué.
Y si confirmamos una lesión, ¿qué hacemos? Para las de bajo grado, sobre todo en mujeres jóvenes, la conducta suele ser observar. Muchas regresan solas. Pero para las de alto grado, el riesgo de progresión es real, y ahí el estándar de oro es el tratamiento, principalmente el LEP. Es un procedimiento que, con un asa fina y corriente eléctrica, quita la lesión. Y tiene una doble ventaja: es terapéutico, porque cura, y nos da esa pieza de tejido para analizar y confirmar que lo hemos quitado todo.
Pero la ciencia no se detiene, y eso es lo que más me entusiasma. El diplomado habla del futuro. Por ejemplo, la autotoma. Imaginen el potencial: que una mujer pueda tomarse su propia muestra para VPH en la privacidad de su casa. ¡Rompería tantas barreras! También se investigan biomarcadores que nos ayuden a afinar el "triaje", a decidir con más precisión quién necesita realmente una colposcopia urgente y quién puede esperar.
Y en todo este panorama, desde la vacuna hasta el tratamiento más avanzado, me doy cuenta de que el hilo conductor, la pieza clave, siempre es la misma: el profesional de obstetricia. Yo creo que no somos solo técnicos. Somos educadores, consejeros, coordinadores del cuidado y, fundamentalmente, líderes y defensores de la salud de las mujeres en nuestra comunidad.
Al final de todo, después de revisar toda esta ciencia y estas herramientas, me queda una reflexión... una pregunta que es, quizás, el mayor desafío de todos. Si tenemos el conocimiento y las herramientas, ¿por qué siguen existiendo tantas inequidades? Vencer esas barreras sociales, económicas y culturales para que esta cadena de prevención y cuidado llegue de verdad a cada mujer, sin importar dónde viva... ese, creo yo, es el paso definitivo para que la eliminación del cáncer cervicouterino deje de ser un sueño y se convierta en nuestra realidad.
Gracias por acompañarme en esta reflexión.